jueves, 15 de diciembre de 2016

La Didáctica de las Ciencias Sociales en la formación del profesorado de Educación Infantil

Evolución de la comunicación a través de los siglos



La Didáctica de las Ciencias Sociales en la formación del profesorado de Educación Infantil 



 Los fundamentos de la Didáctica de las Ciencias Sociales

Introducción
      En este capítulo nos interesa razonar sobre los fundamentos científicos que sustentan la disciplina teniendo en cuenta que ésta va destinada a la formación de maestros de Infantil. Necesitamos un soporte científico que fundamente y responda a las cuestiones de qué enseñamos, por qué y para qué, es decir que fundamente la práctica docente.
      Reflexionamos sobre las Ciencias Sociales, y su dimensión Didáctica así como las aportaciones que realiza la Psicología del Aprendizaje a la enseñanza de estas Ciencias.
      En una obra sobre la Didáctica de las Ciencias Sociales, resulta conveniente atender al ámbito de conocimiento del área. Los aspectos que nos interesan son el concepto y el problema de la delimitación de las Ciencias Sociales; los medios de actuación de estas Ciencias desde la perspectiva de las contribuciones que realizan las distintas tradiciones epistemológicas, configuradoras de las Ciencias Sociales, al entorno educativo; la interdisciplinariedad de las Ciencias Sociales y su carácter globalizador como marco idóneo para el estudio del medio social. De qué manera deben considerarse las Ciencias Sociales más importantes, la Geografía o la Historia teniendo en cuenta los destinatarios del Proyecto. 
      Pretendemos responder a las siguientes cuestiones: ¿Qué son las Ciencias Sociales? ¿Qué disciplinas las integran? ¿Cuál es su campo de actuación en términos educativos? ¿Qué relación tienen con el estudio del entorno social? ¿Qué aportan la Didáctica y la Psicología del Aprendizaje a la enseñanza del medio social?

 Las Ciencias Sociales. Concepto, objeto de estudio y clasificación
      En términos generales, podemos decir que las Ciencias Sociales son todas aquellas que desde diversos puntos de vista estudian los fenómenos derivados de la acción del hombre como ser social y en su relación con el medio donde vive. Sin embargo no existe en la actualidad un criterio unánime de lo que se considera como Ciencias Sociales.
      En la literatura científica este concepto se ha presentado de forma ambigua, utilizándose el término Ciencias Sociales de forma confusa y equívoca. La falta de consenso entre escuelas, tendencias y autores ha llevado a crear incluso problemas de carácter semántico, refiriéndose a ellas indistintamente con las denominaciones de Ciencias Humanas, Ciencias del Hombre, Ciencias Culturales, además de la de Ciencias Sociales; hablándose también de Ciencia Social (González Hernández, 1980).
      En opinión de Benejam (1993: 342), “Ciencias Sociales son todas las que estudian las actividades del ser humano en sociedad tanto en el pasado como en el presente, y las relaciones e interacciones con el medio y el territorio donde se han desarrollado o desarrollan en la actualidad”. Desde esta consideración, las Ciencias Sociales se presentan como un conjunto de disciplinas que comparten, a nivel genérico, un mismo objeto de estudio y una metodología de análisis semejante, pero que se diferencian, a nivel específico, por el marco teórico y conceptual característico de cada una, de donde cabe concluir que el área de Ciencias Sociales adolece de una fundamentación epistemológica global (Asklepios Cronos, 1991). Desde este punto de vista, las Ciencias Sociales representan un conjunto de tradiciones intelectuales que se fueron configurando y especializando académicamente, en relación con formas de pensamiento general o filosófico, en contacto con otros campos de conocimiento específicos y con el propio devenir de las sociedades.
      Las Ciencias Sociales ofrecen las “diferentes perspectivas que son necesarias para obtener una imagen completa de la conducta humana y de las sociedades humanas” (Browne y colabs., cit. en Gross y otros, 1983: 85).
      Entre las numerosas definiciones acerca de las Ciencias Sociales, quizás la formulada por la National Science Foundation sea una de las más completas: “Las Ciencias Sociales son disciplinas intelectuales que estudian al hombre como ser social por medio del método científico. Es su enfoque hacia el hombre como miembro de la sociedad y sobre los grupos y las sociedades que forma, lo que distingue a las Ciencias Sociales de las ciencias físicas y biológicas” (cit. en Gross y otros, 1983: 86).
      También es posible definir las Ciencias Sociales a partir de perspectivas específicas, considerándolas como el estudio de los sistemas y subsistemas sociales. Así, el sistema social de roles y la conducta asociada a ellos (Sociología), el sistema cultural de pautas, costumbres y normas de conducta (Antropología), el sistema político de control social y asignación del poder (Ciencias Políticas), el sistema económico de producir, distribuir y consumir bienes y servicios (Economía), el sistema histórico del orden temporal y causal de los hechos humanos (Historia), y el ecosistema de los elementos espaciales que los humanos necesitan y utilizan (Geografía) (Gross y otros, 1983).

El conocimiento científico de la realidad social
      El grado de cientifismo de tales saberes constituye un viejo problema. Mientras que la imagen positivista del conocimiento social relaciona su validez con el nivel de acomodación a las ciencias empírico - formales, la tradición hermenéutica insiste en la diferencia radical entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu, de manera que la dicotomía entre saberes “nomotéticos“ e “ideográficos” o entre “explicación” y “comprensión” constituye el eje de un debate recurrente. No obstante, desde una consideración dialéctica y crítica de la ciencia social es posible superar ambas posturas antagónicas, ya que se niega tanto el objetivismo neutralista del positivismo como el idealismo subjetivista de los enfoques fenomenológicos (Cronos/ Asklepios, 1991).
      El conocimiento social es un conocimiento particular con respecto al conocimiento en general, en tanto que la vida social y sus manifestaciones constituyen tan sólo un sector de la realidad total, que, además presenta caracteres muy particulares y frente al cuál el sujeto del conocimiento ocupa una posición muy especial, dado que es un elemento integrante del mismo objeto del conocimiento, lo que conduce a una inevitable confusión entre ambos. Esta circunstancia hace difícil el distanciamiento exigido en la investigación científica, pues el investigador necesariamente adquiere en su vida social una concepción previa de los fenómenos sociales que estudia y en los que vive inmerso, aunque también presenta la ventaja de que la experiencia vivida puede ayudar a la comprensión de lo que se investiga (Sierra, 1984). El conocimiento científico de la realidad social es posible cuando aplicamos el método científico, cuando planteamos problemas de la vida social, anticipamos soluciones y las contrastamos con la realidad mediante la observación, clasificación, análisis y explicación de los fenómenos sociales.
      La objetividad del conocimiento, entendida como la correspondencia entre la realidad conocida y el resultado o producto de ese conocimiento, nunca puede ser total y nunca dispondremos de una medida exacta del grado en que se logra. Sin embargo, debido a que normalmente el conocimiento científico supone un proceso de producción del conocimiento mucho más elaborado y contrastado que otros conocimientos, es lógico que sea también el que puede proporcionar una garantía mayor de ser más objetivo, es decir, proporcionar una visión de la realidad más profunda, completa y estructurada. Lo que debe hacer el científico social es poner de manifiesto manifiesta lo que cree que es la verdad de lo que trabaja para intentar lograr la imparcialidad.
      Las categorías descriptivas y explicativas de las Ciencias Sociales son subjetivas, de manera que estas disciplinas deben trabajar con técnicas de investigación “no objetivas”. En consecuencia, se sostiene que la creación de una ciencia social “objetiva” es una esperanza vana, ya que excluir por principio todo vestigio de interpretación subjetiva y motivadora del estudio de los problemas humanos, equivale a eliminar de dicho estudio la consideración de todo hecho social genuino (Nagel, 1961).
      La exigencia de una “neutralidad valorativa” no significa desprenderse de los propios valores sino que exige atenerse a los hechos y respetarlos, es decir el investigador en ningún caso puede adulterarlos o falsificarlos por el hecho de que le resulten molestos o contrarios a sus convicciones. A la larga este modo de proceder es contraproducente, porque las cosas no dejan de ser como son por mucho que las disfracemos. En esto consiste fundamentalmente la ética de la investigación científica (Sierra, 1984).

La dimensión didáctica de las Ciencias Sociales
      En lo que se refiere a los aspectos didácticos, el hecho de que las Ciencias Sociales constituyan un conjunto de saberes que carecen de una red conceptual jerarquizada universalmente aceptada, que están sometidos a interpretaciones subjetivas y que se apartan de los métodos científicos habitualmente utilizados por las Ciencias Experimentales, no implica que los conocimientos sociales no puedan ser sistematizados empleando categorías comunes que facilitan el proceso de su enseñanza - aprendizaje, de modo que cada una de las disciplinas sociales debe contribuir a la formación de las personas en su dimensión individual y social, favoreciendo su socialización, la identificación crítica con la comunidad a la que pertenece, la tolerancia y el respeto a las diferencias, y la comprensión de la complejidad de las relaciones sociales (Colectivo Aula Sete, 1993). Cuando hablamos de epistemología de las Ciencias Sociales nos referimos al conocimiento científico que las personas poseen sobre “lo social”.
      La expresión “Ciencias Sociales” importada del ámbito anglosajón, no obedece a un conjunto estructurado y unitario de conocimientos, teorías científicas y métodos de indagación, sino a diversas disciplinas autónomas de tradición muy diferente, que cubren un campo muy amplio y de perfil impreciso, y la interrelación de las cuales obedece a su alusión al hombre, a su historia, a su organización social, a su producción y riqueza, a su número y distribución, a sus ideas y creencias artísticas, o a su ocupación y organización del espacio (Capel, Luis y Urteaga, 1984; y Capel y Urteaga, 1986).
      En este sentido las ciencias de la educación constituyen un soporte importante que condiciona, pero nunca subordina, el papel relevante de las distintas disciplinas en los procesos de enseñanza-aprendizaje. En palabras de Hernández (1995: 11): “Los métodos o procedimientos estructurantes a utilizar deber ser los que se derivan de la lógica de las disciplinas referentes. No hay procedimientos pedagógicos en sí. Hay procedimientos o métodos históricos y geográficos que deben desarrollarse en el aula, teniendo en cuenta las aportaciones de la Pedagogía y la Psicología”.
      Por consiguiente, “el intento de reducir las diversas Ciencias Sociales a una única disciplina escolar resulta difícil porque, si bien son ciencias que se plantean problemas comunes, no forman hoy un conjunto ordenado y estructurado de conceptos. Los científicos que trabajan las diversas ramas de las Ciencias Sociales colaboran, a lo sumo, desde la lógica de sus respectivas disciplinas, en la consideración de problemas sobre los que convergen sus intereses. Sin embargo, el hecho de que la empresa resulte difícil no implica que no sea necesario construir un área de Ciencias Sociales, pero hay que ser consciente de que, científicamente, plantea problemas no resueltos y de que los intentos de globalización son una aspiración, una tendencia” (Benejam, 1989: 44).
      Los mismos conceptos de “interdisciplinariedad”, “multidisciplinariedad”, “pluridisciplinariedad” o “transdisciplinariedad, que frecuentemente se manejan en el ámbito de las Ciencias Sociales ya presuponen la existencia de “disciplinas”. Eso no significa, no obstante, que la proyección curricular de las Ciencias Sociales tenga que adoptar necesariamente una estructura disciplinar a ultranza, y tampoco que la geografía o la historia -por citar sólo las disciplinas sociales con mayor tradición en el currículum escolar- corran peligro de disolución o desdibujamiento en una especie de “cajón de sastre”, “magma globalizador” (Valdeón, 1985), “totum revolutum” (López Ontiveros, 1988) o área “amalgamada e indefinida” (Arroyo, 1988).

Las Ciencias Sociales como fundamento de los conocimientos sociales
      Los “estudios sociales” deben constituir un núcleo fundamental de aprendizaje para los niños a lo largo de su período de escolarización infantil y con posterioridad en la primaria y secundaria. El enfoque de cara a la humanidad y a sus problemas, a las instituciones, y la interacción entre los grupos humanos y entre éstos y la naturaleza, les confiere un papel esencial en la formación intelectual de la persona (Gross y otros, 1983).
      En efecto, “la comprensión clara y puntual de los fenómenos sociales ha de ser uno de los objetivos primordiales de la educación. Si queremos contribuir a que existan individuos libres, autónomos y críticos, es muy importante que entiendan la sociedad en la que viven en sus distintos aspectos y su propio papel dentro de ella. Es, pues, enormemente importante que los niños aprendan a entender la sociedad, a ser capaces de analizar los fenómenos sociales y a verlos con una visión crítica” (Delval, 1984: 307-308).
      Ahora bien ¿Cuáles son los propósitos concretos de una educación en estudios sociales? A este respecto, cabe pensar en dos objetivos básicos (Gross y otros, 1983). Por una parte, preparar a los estudiantes para incorporarse plenamente a una sociedad democrática. En este sentido, el programa de Ciencias Sociales deberá capacitar al alumnado para participar activamente en la comunidad a la que pertenece, tanto en cuanto  individuos como en calidad de miembros de un grupo social. Eso significa que sólo en el caso de que la institución escolar procure y fomente experiencias de participación creativa, los alumnos podrán instalarse en la sociedad de forma racional, crítica y consciente, interviniendo acertadamente en la adopción de aquellas decisiones que les correspondan cuando sean personas adultas y maduras (Cárdenas y otros, 1991).
      En relación con lo anterior, la segunda meta de las Ciencias Sociales consiste en ayudar a los alumnos a tomar las decisiones más racionales que les sea posible con respecto a aquellas cuestiones cívicas y sociales que se tomen en consideración. Para eso, el programa de estudios sociales deberá desarrollar en nuestros alumnos la comprensión de datos, conceptos, generalizaciones y metodología de investigación correspondientes a las diversas Ciencias Sociales.
      Pero además los estudios sociales también deberán estar interesados en ayudar a los alumnos y alumnas a adoptar decisiones racionales con respecto a sus propias vidas personales, lo que supone hacer posible que los escolares se identifiquen con un conjunto de valores que les faciliten un correcto encauzamiento de sus experiencias vitales tanto a nivel individual como social.

La Didáctica de las Ciencias Sociales como área de conocimiento emergente
      Los últimos años de la década de los 70 y el comienzo de los 80 señalan la crisis de la tendencia eficiente y tecnológica de la enseñanza. Un conjunto de factores de índole social y política determinan la nueva situación. Así, en los países occidentales comienza a cuestionarse la posibilidad de un “desarrollismo” sin limitaciones, y los problemas ambientales y sociales generados por el progreso agudizan la crisis del papel social de la ciencia.
      En el ámbito didáctico no se disimulan las críticas a los enfoques de investigación estadístico-cuantitativos que respondían a los modelos proceso-producto, resaltándose, en contrapartida, los enfoque holísticos y situacionales, así como la metodología cualitativa y de estudio de casos, a la vez que se comienzan a valorar los significados construidos por el profesorado como una variable mediadora en el proceso de enseñanza - aprendizaje. En este sentido, quizás el cambio más significativo de la década de los 80 fuese la aceptación del conocimiento y pensamiento de los profesores como área legítima de investigación, de tal forma que la denominación genérica de “pensamiento del profesor” hacía referencia a un paradigma de investigación sobre la enseñanza que permite efectuar una aproximación a la interpretación y explicación de la compleja vida que ocurre en las aulas.
      Las aportaciones de la nueva epistemología influyen también de manera determinante en la Didáctica de las Ciencias Sociales. Autores como Kuhn (1962), Toulmin (1972), Feyerabend (1975) y Lakatos (1978) pusieron en evidencia las limitaciones del positivismo, abriendo un debate trascendental acerca de la naturaleza de las teorías científicas y de su carácter relativo y evolutivo, que pone en crisis muchas de las presunciones del movimiento de reforma del currículum.
      Al mismo tiempo, desde la Psicología del aprendizaje emergen nuevos problemas que trascienden al ámbito de la Didáctica de las Ciencias Sociales. La crítica al conductismo abre la posibilidad de una consideración científica del mundo de los significados personales (Ausubel, 1968; Claxton, 1984). Desde la Psicología cognitiva se trata de establecer un programa de investigación que tenga en cuenta las variables internas de los sujetos. Influidos por todo lo anterior y por la evidencia de las considerables dificultades que tienen los estudiantes para comprender determinados conceptos, se ponen en marcha una serie de estudios encaminados a detectar y analizar las concepciones de los alumnos durante el aprendizaje.
      En España, aunque con retraso, también se vive a lo largo de la pasada década un desarrollo importante de la Didáctica de las Ciencias Sociales. Entre las más significativas innovaciones derivadas de la aplicación de la LRU (1983) se sitúa la inclusión de las Didácticas Específicas (una de ellas, la Didáctica de las Ciencias Sociales) entre las nuevas áreas de conocimiento definidas en el Catálogo de Áreas anexo al Real Decreto 1888/1984 (B.O.E. del 26 de octubre). La institucionalización universitaria de esta área facilitó el establecimiento de grupos y líneas de investigación más o menos estables, la edición de revistas relacionadas directa o indirectamente con esta temática y la realización de congresos periódicos en los que va tomando cuerpo una comunidad científica incipiente.
      En esta situación, la Didáctica de las Ciencias Sociales puede ser definida como “la disciplina teórico-práctica que permite al docente encontrar la estrategia y los medios técnicos necesarios para facilitar el aprendizaje de los conceptos científicos que explican la actuación del hombre como ser social y su relación con el medio natural, tanto en el presente como en el pasado” (Martín, 1988: 26). Y en palabras de Pagés (1993: 128):  “La Didáctica de las Ciencias Sociales tiene un conocimiento específico propio que emana de una práctica -la de enseñar a enseñar al profesorado de Geografía, Historia y Ciencias Sociales- y se caracteriza por la existencia de:
a) un cuerpo teórico -los problemas que plantea la enseñanza y el aprendizaje de las disciplinas sociales- constituido por teorías, modelos, principios y conceptos;
b) una investigación propia -aunque escasa- en torno a los problemas de la enseñanza de lo social;
c) una producción literaria variada y
d) una comunidad de personas que reivindican la pertenencia a esta área de conocimiento y a este campo científico y profesional”.
     Pero la Didáctica de las Ciencias Sociales sigue siendo una ciencia joven y además en construcción que, al igual que otras áreas y disciplinas que intervienen en la formación del profesorado, tiene que afrontar el difícil reto de definir y legitimar una base sustantiva de conocimientos que le son propios.
      La Didáctica de las Ciencias Sociales para contribuir a la formación de los maestros, necesita proseguir en la tarea de “...delimitar su ámbito de actuación, definir sus objetivos, establecer sus métodos y, en definitiva, elaborar el saber teórico y práctico sin el cual no se puede hacer un servicio a la educación ni ganarse el respeto de la comunidad científica” (Pagés, 1994: 40).

      En definitiva, la Didáctica de las Ciencias Sociales constituye un área de conocimiento emergente que forma parte de la Didáctica y que se incluye en el campo más amplio de las Ciencias de la Educación. Su ámbito de estudio está constituido por el conjunto de contextos (sistemas) de enseñanza-aprendizaje institucionalizados, en la medida en que manejan información relacionada con los problemas sociales. Esto quiere decir que los temas relevantes para la Didáctica lo son también para la Didáctica de las Ciencias Sociales, y viceversa, pero lo son, en el primero de los casos, desde una perspectiva mucho más concreta: desde la óptica de facilitar que los alumnos describan, comprendan y conceptualicen los sistemas sociales y sus relaciones con el medio natural, y que desarrollen determinadas capacidades, actitudes y comportamientos en relación con lo anterior (Porlán, 1993).

domingo, 20 de noviembre de 2016

Preguntas de un obrero que lee



Preguntas de un obrero que lee

Bertolt Brecht

    
¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?
En los libros se mencionan los nombres de reyes.
¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?
Y Babilonia, tantas veces destruida,
¿quién la reconstruyó otras tantas? ¿En qué casas
de Lima, la resplandeciente de oro, vivían los albañiles?
¿Adónde fueron sus constructores la noche que terminaron
la Muralla China?
Roma la magna está llena de arcos de triunfo
¿Quién los construyó?
¿A quién vencieron los Césares? Bizancio, tan loada,
¿acaso sólo tenía palacios para sus habitantes?
Hasta en la legendaria Atlántida, la noche que fue devorada
por el mar,
los que se ahogaban clamaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él sólo¿
César venció a los galos;
¿no lo acompañaba siquiera un cocinero?
Felipe de España lloró cuando se hundió su flota
¿nadie más lloraría?
Federico Segundo venció en la Guerra de Siete años. ¿Quién
más venció?
Cada página una victoria.
¿Quién guiso el banquete del triunfo?
Cada década un gran personaje.
¿Quién pagaba los gastos?
Tantas historias
Tantas preguntas*

            

domingo, 30 de octubre de 2016

Hacia el Laboratorio de CC SS


Imagen del banner del artículo sobre las herramientas de comunicación del equipo

Reflexiones en Torno al Laboratorio Escolar en Ciencias Sociales

Dr. Joan Santacana / Universitat de Barcelona

El artículo analiza la relación entre el concepto de laboratorio y las ciencias sociales. En este sentido, el texto pone en evidencia cómo los laboratorios se han asociado tradicionalmente a las materias tecnológicas o de ciencias físi­cas, químicas y de la naturaleza, olvidando que las ciencias sociales disponen de un bagaje metodológico importante y susceptible de ser trabajado en labo­ratorios. El artículo analiza y comenta las bases didácticas de este tipo de la­boratorios.

Palabras clave: laboratorio, ciencias sociales, geografía, historia, didáctica, metodología científica, trabajo de campo.

      El laboratorio, un concepto reservado a algunas materias.

En la tradición escolar y en la académica, el laboratorio es un espacio reservado a las materias denominadas científicas. No en balde, el dic­cionario de la Real Academia de la Lengua dictamina que el laborato­rio es la oficina en donde los químicos hacen sus experimentos y los farmacéuticos las medicinas. Por extensión, es la oficina o taller don­de se hacen trabajos de índole técnica o investigaciones científicas. Por esta razón, cuando en el ámbito educativo tradicional se habla de laboratorio, sin duda alguna nos estamos refiriendo a unas aulas es­peciales que se utilizan para prácticas de física, de química, o de cien­cias naturales. Cómo una concesión especial se concibe la posibilidad que exista un laboratorio de idiomas, ya que en el aprendizaje de las lenguas pueden utilizarse diversos aparatos de reproducción o re­gistro de voz.
     Cuando se trata de prácticas en materias tecnológicas, en el len­guaje académico e incluso administrativo, se habla de talleres y sólo es­porádicamente se plantea el uso del término laboratorio.
Por todo ello no ha de resultar extraño y sorprendente que desde el ámbito de las ciencias sociales no se plantee el uso de “laboratorio” ya que este término se reserva, como dice el diccionario a “las materias denominadas científicas». Sin embargo nosotros defendemos que, hoy sigue siendo válido el plantearse la necesidad de los laboratorios de ciencias sociales, es decir, de geografía e historia.
     Desde un punto de vista histórico resulta comprensible esta dico­tomía entre materias científicas que tienen necesidad de laboratorio y materias «no científicas» o de humanidades, que no requieren experi­mentar nada ya que el pasado, por definición, no es repetible. En efec­to, no constituye ninguna novedad afirmar que la geografía y la historia como materias escolares se desarrollaron casi paralelamente a la consolidación con los estados nacionales capitalistas del siglo XIX. En aquel contexto, estas materias no se concibieron con una función ex­clusivamente instructiva, sino que, por el contrario, tuvieron una fun­ción ideológica con la finalidad de legitimar el orden social que se estaba imponiendo así como el mercado nacional, compañero de viaje y socio del estado-nación.
     De esta forma, la geografía y la historia, puestas al servicio de las distintas ideologías nacionales, se presentan al ciudadano y al estudian­te como realidades cerradas y acabadas; son disciplinas que en este marco tradicional, intentan explicar mucho y demostrar poco (Graves, 1985; Ferro, 1990). En Alsacia, región francesa fronteriza con Alemania que ha tenido el trágico destino de cambiar de estado cuatro veces en­tre 1871 y 1845, cada vez que había un cambio político, el profesor de historia junto con el de lengua eran los únicos docentes susceptibles de ser expulsados de la escuela.
  Naturalmente, en este contexto, los instrumentos imprescindibles para la enseñanza de la geografía y de la historia eran muy limitados: las esferas, los orbitales, los mapas, los cuadros históricos con las cro­nologías y poco más. En algunos sistemas educativos europeos se llegó incluso a disponer de plantillas en las cuales se escribían los nombres propios de personas o de lugares que los alumnos tenían obligación de aprender semanalmente.
     Frente a esta situación, la enseñanza de las ciencias naturales re­quería muchos elementos: desde los esqueletos, a los cuerpos humanos despiezados en órganos, pasando por los murales con las secciones de insectos, gusanos, peces, ranas, así como los instrumen­tos ópticos para aumentar la realidad (lupas, microscopios), instru­mentos cortantes para diseccionar, formol y productos para conservar, etc. Ni que decir tiene que los herbarios o las colecciones de minerales debían formar parte incuestionable del material docen­te. Todo este material requería un espacio, unas vitrinas, unos arma­rios y unas mesas. Además, la manipulación de los mismos aconsejaba la instalación de grifos con agua.
    Tampoco es necesario recordar que la química, tal como la conci­bió la didáctica positivista, sólo podía enseñarse utilizando el laborato­rio; ofreciendo la posibilidad de mezclar productos, de analizarlos, etc., mientras que la física requería a menudo mucho instrumental, desde las lentes para los rudimentos de la óptica hasta los montajes mecánicos o eléctricos.
    En resumen, frente a unas disciplinas cuya enseñanza y aprendiza­je se basaba casi exclusivamente en el relato, lectura y memoria se si­tuaban otras que requerían de al experimentación y de las prácticas. El resultado fue que tan sólo las materias científicas se consideraban susceptibles de disponer de laboratorios. Y esta tradición se ha mantenido ininterrumpidamente hasta hoy en nuestros sistemas educativos, salvo algunas notables excepciones.
 
     El laboratorio como instrumento para enseñar los métodos de análisis de las CCSS.

     Algunas ciencias sociales, en especial la geografía y la historia disponen de una metodología de análisis no muy alejada de otras disciplinas tales como la geología, la biología o la botánica. En el fondo, hay que enseñar los instrumentos de trabajo científico que incluyen el trabajo de campo.
    Enseñar a historiar consiste, en primer lugar, en enseñar a ela­borar hipótesis sobre unos determinados hechos o planteamientos. La siguiente tarea es la de fundamentar las hipótesis y consiste en buscar pruebas sobre alguna de ellas. La naturaleza de las pruebas o fuentes puede ser muy diversa y va desde objetos materiales, restos arqueológicos, documentos escritos de cualquier tipo, relatos orales, imágenes y un sin fin de indicios o evidencias. Es precisamente la naturaleza diversa de las fuentes lo que hace necesario el uso del la­boratorio didáctico.
Finalmente, una vez reunidas y clasificadas las fuentes es preciso someterlas al análisis crítico, con la finalidad de establecer la veracidad o parcialidad de las mismas. Es evidente que, cuando las fuentes utiliza­das son exclusivamente documentos escritos, la necesidad de laborato­rio es relativa, ya que lo que se necesita es espacio de archivo. Este es el caso de la prensa, cuando se colecciona y se clasifica con la finalidad de proporcionar material para uso didáctico. Como quiera que mucha pren­sa está digitalizada, el espacio de archivo es informático. También cuando las fuentes son gráficas (fotografías, grabados, pinturas, etc.) son útiles visores o sistemas que permitan ampliar las imágenes pero es evidente que ello se resuelve también fácilmente mediante un escáner y ordenadores. Por lo tanto, el primer instrumento del laboratorio de his­toria son ordenadores. Cuando las fuentes son de tipo arqueológico, el problema es más complejo, ya que la clasificación de los restos materia­ les requiere el uso de instrumentos más voluminosos como lupas de au­mento, modelos anatómicos, atlas de restos óseos de fauna, etc. Natu­ralmente en este caso, el laboratorio adquiere un aspecto muy distinto de la concepción clásica del trabajo de archivo.
    Por lo que respecta a la geografía, es evidente que hay muchas «geografías» que es muy distinto enseñar los usos de la cartografía y la orientación, a enseñar a interpretar mapas mediante curvas de nivel, fotografía aérea, o bien trabajar aspectos de geografía humana o eco­nómica. También en este caso el ordenador e Internet se transforma en algunos casos en una necesidad para sustituir mapas y atlas. Sin embar­go, trabajar con planos topográficos a escala requiere buenas mesas con superficies grandes mesas para lectura de fotografías aéreas, ma­nejo de escalímetros, etc.
    En todo caso para enseñar los métodos de análisis de la geogra­fía es necesario superar el estadio de la simple localización y memo­rización de elementos geográficos y plantear preguntas sobre aspectos tan diversos como los factores de localización industrial, las redes de transporte urbanos o el mapa del tiempo. También estas pre­guntas llevan aparejadas normalmente hipótesis diversas cuya con­firmación o rechazo deberemos hacer mediante el análisis de las diversas variables.

      El laboratorio virtual como substituto.

   Como instrumento de investigación el ordenador se ha transformado en una de las grandes fuentes de documentación existentes; es evidente que en la red hallamos multitud de elementos que nos permiten investi­gar cosas tan diversas como el mapa del tiempo, el plano de las ciuda­des, las principales bases estadísticas, ya sea de población o de producción, infinidad de imágenes sobre el mundo, el paisaje, la organi­zación social, la evolución de los precios y todo cuanto afecta a la dis­tribución de bienes y servicios sobre el espacio.
     También para el estudio de la historia, hoy ya existen fuentes documentales en la red que van desde archivos completos hasta heme­rotecas. Por todo ello es evidente que el laboratorio de ciencias sociales en un mundo tan cambiante como el nuestro debería ser precisamente la red; a través de ella nuestros alumnos y alumnas deberían acceder a las fuentes de la información. De esta forma el laboratorio virtual se impo­ne como uno de los instrumentos más útiles para la escuela primaria y secundaria.
     Deberían ser estos instrumentos, junto con los anteriores, los pila­res materiales de la enseñanza y aprendizaje de las ciencias sociales. En la escuela actual, el libro de texto, como fuente de información es ob­soleto, ya que limita el acceso a la información al presentar una in­formación cerrada y sin grandes posibilidades de ampliarla en si misma; en materias genuinamente propias de las ciencias sociales tales como la geografía, no permite el uso de la información cambiante de forma rá­pida, no incorpora la vida diaria, los acontecimientos recientes y no facilita la interactividad.

     Hacia el laboratorio ideal. El estudio del medio y el trabajo de campo.

    ¿Cuál sería el laboratorio ideal? Es evidente que el laboratorio ideal siempre es la realidad. En este sentido, el análisis del medio proporciona una base más sólida de aprendizaje. Todas las técnicas del trabajo de campo, deberían ser la base de lo que se enseña en la escuela y en los institutos y centros de secundaria. ¿Cómo enseñar a orientarse sin una brújula a campo abierto? ¿Cómo analizar redes de transporte urbano sin poder salir al exterior, medir frecuencias, analizar enlaces, entrevis­tar a usuarios, etc.? ¿Cómo comprender el funcionamiento de una fábrica de carbón sin acudir a un museo de la ciencia o de la técnica o sin visitar algún resto de arqueología industrial? Es evidente que sólo el trabajo de cam­po proporciona las bases para enseñar los métodos de análisis de cual­quier disciplina. Esta es una obviedad que no requeriría más comentario si no fuera por el poco uso que se suele hacer del trabajo de campo en nuestros centros de enseñanza.
     Sin embargo, en el supuesto que se opte por utilizar este labo­ratorio inmenso que es la propia vida y el medio en el que nos move­mos, resulta evidente que para procesar esta información sí se requiere la existencia de un determinado laboratorio o espacio espe­cializado. Si no es así, ¿cómo y dónde analizar correctamente foto­grafías aéreas sin un lector? ¿Cómo y dónde verificar visual mente las curvas de nivel de un topográfico sin grandes mesas de trabajo? ¿Cómo y dónde procesar la información recogida en encuestas sin disponer de computadores? ¿Cómo y dónde clasificar las muestras de cualquier trabajo de campo, ya sea de elementos arqueológicos o geográficos?
     Es evidente que enseñar y aprender los métodos de análisis en ciencias sociales requiere un instrumental propio, un espacio físico adecuado y unas condiciones que permitan procesar los elementos ob­tenidos en el trabajo de campo.
No es fácil que estas disciplinas sean percibidas como instru­mentos útiles para la formación si se les priva de la capacidad y la posibilidad de manipular las “pruebas” o las “fuentes” de su propia investigación.

     Bases didácticas del laboratorio de ciencias sociales.

    La base de cualquier propuesta didáctica en ciencias sociales es, como afirma Garner (2000, p. 136), inculcar en los estudiantes la compren­sión de las principales formas de pensamiento disciplinario. Se trata de que los estudiantes manejen con cierta profundidad un número razona­ble de casos con la finalidad de descubrir como se investiga la historia o la geografía. Hay que insistir al respecto que enseñar las bases metodo­lógicas de una disciplina no significa pretender que los estudiantes se conviertan en expertos en las mencionadas disciplinas; se trata simple­mente que aprendan a utilizar determinadas formas de pensamiento histórico geográfico para hacer comprensible su mundo. De la misma forma que en la enseñanza de las matemáticas el resolver ecuaciones de segundo grado o manejar integrales no debe significar transformar al estudiante en un pequeño matemático, sino simplemente en familiari­zarle en el pensamiento abstracto con la finalidad de ampliar las bases de su propio pensamiento crítico. Ello es así porque la ausencia de las formas de pensamiento disciplinario o, lo que es lo mismo, de la meto­dología de análisis de la disciplina hace que el aprendizaje carezca de to­da base epistemológica y, por lo tanto, se transforme en un conjunto aislado e inconexo de curiosidades. Por otra parte, sin el aprendizaje de los elementos metodológicos de una disciplina, que son el cemento de unión de los conceptos, éstos se olvidan fácilmente y el proceso de enseñanza aprendizaje se reduce a un mero barniz que se diluye y des­aparece ante la primera lluvia de la calle. Por el contrario, cuando nues­tros jóvenes alumnos y alumnas aprenden las bases metodológicas de la historia, cuando aprenden algunas de las técnicas utilizadas habitual­mente, lo pueden aplicar a otras situaciones del pasado o del presente. Aprender a clasificar la información histórica, aprender a seleccionar in­formación relevante de entre un conjunto de datos superfluos, aprender a formular Hipótesis sobre las causas o las consecuencias de una determina­da situación o hecho son aprendizajes reaplicables. Por el contrario, el aprendizaje de conceptos olvidando el método es, hasta cierto punto, ba­nal, ya que aun en el supuesto que una buena memoria los retenga, el des­conocimiento de los mecanismos internos de estos conceptos los transforma en inútiles para reaplicarlos. Por otra parte, el aprendizaje de conceptos de ciencias sociales sin un trabajo metodológico adecuado hace que los preconceptos erróneos introducidos en la mente de los escolares en las primeras etapas de la vida no se modifican, con lo que el denomina­do «pensamiento científico» jamás se impone sobre los prejuicios sociales.
     Si se está de acuerdo con las premisas anteriores, resulta evidente que cualquier estudiante tendrá muchísimas más posibilidades de apren­der a pensar como un historiador si examina a fondo algunos pocos temas concretos que si trata de asimilar centenares de casos superficialmente.
     Los hábitos de la mente humana no son fácilmente cambiables y es abso­lutamente imposible que se consiga cambiar la forma de operar del cere­bro mediante el aprendizaje de un listado coherente y ordenado de conceptos, más o menos razonados y que abarcan desde la prehistoria hasta nuestros días. La opción de reducir el periodo histórico de análisis y abordar tan sólo la historia contemporánea o la historia moderna no re­suelve el problema ya que lo que se consigue simplemente es que se trans­fiera a un periodo temporal más corto -dos siglos en vez de dos milenios ­un número similar de conceptos. Esta formulación es, además, mucho más perversa, ya que supone que es posible un aprendizaje sesgado de su base. Es muy ilustrativo, en este sentido, el comentario de Miguel Artola (en Pa­niagua, Piqueras y Prats, 1999, p. 13) al respecto cuando apunta: «Hace quince años quince años conseguí una ayuda para hacer un estudio del si­glo XVIII y del liberalismo y he acabado en Don Pelayo...»
     La enseñanza de las ciencias sociales basadas exclusivamente en el abuso de los hechos o los conceptos no sólo es ineficaz para obtener una ba­se sólida, sino que es obsoleta en un mundo como el nuestro, donde lo difícil no es obtener la información sino dotarse de un aparato crítico y metodoló­gico. Como afirma el ya mencionado Howard Garner (2000, p. 145): ahora ya debería estar claro por qué los enfoques meramente basados en los hechos carecerán de sentido en el en el futuro. Nunca podremos lo­grar una mente disciplinada mediante el simple conocimiento de los he­chos: debemos sumergimos profundamente en los detalles de casos concretos y desarrollar la musculatura disciplinaria mediante esta sumersión. Además, en el futuro, los hechos, las definiciones, las listas y los detalles que necesitemos estarán, literalmente, en la punta de los dedos: bastará con teclear una breve orden en un ordenador de mano, o incluso puede que nos baste con decir en voz alta: ¿Cuál es la capital de Estonia? (…) La pura memorización será anacrónica; sólo será necesaria para enseñar a los estudiantes a manejar la versión informática que en aquel momento pueda haber de la Británica. El arte de enseñar consisti­rá cada vez más en ayudar a los estudiantes a adquirir hábitos y las no­ciones de las principales disciplinas.
    Y este futuro al cual alude el autor mencionado ya ha comenzado en la escuela. A partir de estas bases se plantea la utilidad del concepto «laboratorio en ciencias sociales».

GRAVES, N. J.: La enseñanza de la geografia. Madrid. Visor libros, 1985, pp. 49­66; también FERRO, M.: Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo en­tero. México. Fondo de Cultura Económico, 1990.
GARNER, H.: La educación de la mente y el conocimiento de los discipulos. Bar­celona. Piados, 2000, p. 136.
PANIAGUA, J.; PIQUERAS, J. A; PRATS, J.: «Encuentro con Miguel Artola» en Au­la. Historia Social, n. 3, 1999, p. 13.

Joan Santacana. Departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales/ Universi­tat de Barcelona/jsantacana@ub.ed

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