viernes, 13 de abril de 2018

YO MANUELA

manuela-sáenz-13


Guion para Teatro Estudiantil.  Monólogo de José Urbina Pimentel. 2013

     Monologo de carácter histórico que reconstruye a través de los recuerdos, la vida de Manuelita Saenz al lado de Bolívar.
     Se recomienda personificar a una Manuelita de edad avanzada, vestida con una blusa y una falda larga que reflejen un atuendo antiguo, y pudiera ser sentada en una silla, relatando el recuerdo de su vida.
    La carta debe leerla, y tenerla dentro de un libro, que pudiera estar en una mesa, o al lado de ella, en el piso.

     Buen día amigos, soy Manuela Sáenz….
     Si, la misma Manuelita Sáenz. Para ser más exactos, la  amante de Simón Bolívar.
     Quiteña de nacimiento, pero colombiana de corazón. Aunque viví poco tiempo en esa tierra, allí en Bogotá, compartí los efímeros años del empeño de mi amado por ver consolidado el sueño de edificar su patria grande: su Colombia, su Gran Colombia.
     Hoy,  a 20 años de su muerte en este destierro en Paita, lo recuerdo como mi más grande amor, como el sentido de mi vida, quien llenó de afecto, compresión y de luz a  mi existencia.
     Simón, fuiste tan grande y tan especial, tan rigoroso y serio en tus asuntos de Estado, pero tan cariñoso conmigo, y es que desde ese maravilloso año de 1822, cuando nos conocimos inesperadamente, en que tú tenias 39 años y yo 24, nos enamoramos tan profundamente, que surgió uno de esos amores de ensueño irrompibles, históricos, de fantasía unos, reales otros, tantas veces novelados y que se han cultivado para  siempre. Nuestro amor fue tan grande como el de Isolda y Tristán, como el de Cleopatra y Julio Cesar, como el de Romeo y Julieta, los amantes de Verona. Amor puro y sincero.
     Y quiero que sepan que no me importa que se me recuerde como la amante de Simón, porque eso fue algo muy grande.
     Tal vez fui una más en su vida sentimental, entre las tanta mujeres que compartieron amoríos y cuitas con él, como fueron: María Teresa su fugaz y adolescente esposa, la joven jamaiquina Miranda, Reina María, la esclava  venezolana, Josefa, una colombiana de la alta alcurnia, la mexicana María Ignacia a la cual conoció en Veracruz, Bernardina una bella muchacha de Ocaña, la francesa Teresa, Anita que era una hermosa cartagenera, Isabel la hermana del presidente Soublette, Manolita una mestiza peruana, Jeannette también limeña y Julia quien era de una de las familias jamaiquinas más pudientes.
     Se de todas ellas, gracias a  Florencio Oleary, quien en sus memorias relataba sobre los viajes y andanzas de mi querido Simón, en los cuales hubo tanta aventura. Y quiero decirles que no siento celos de ellas, porque también lo amaron, y al final, quien no enamorarse de tan grande hombre, no en tamaño, sino en virtud.
     Por el dejé todo, a mi esposo, el respetado Dr. Thorne. Su abundante fortuna, el prestigio social, las prerrogativas de clase, todo, todo por seguir al llamado del amor, y de eso, júrenlo no me arrepiento.
     Ya para culminar, quiero leerles una carta que escribí a mi esposo, cuando yo, enamorada de Simón y decidida a buscar definitivamente su amor, como respuesta a su desespero. El pobre rico doctor, insistente, me imploraba que regresara de nuevo a nuestro hogar, a su lado.
(La actriz toma un libro y saca la carta)
    Aquí la tengo, mi recordada carta, en la cual dije tantas cosas, y no me importó que el médico ingles o quien la leyera me pudiera juzgar por lo que escribí. Esta  es la misiva, escuchen con atención:
              “¡No, no, no más hombre, ¡por Dios! ¿Por qué me hace usted escribirle, faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué adelanta usted sino hacerme pasar por el dolor de decirle mil veces no?
              Señor: usted es excelente, es inimitable; jamás diré otra cosa sino lo que es usted. Pero, mi amigo, dejar a usted por el general Bolívar es algo; dejar a otro marido sin las cualidades de usted, sería nada.
              ¿Y usted cree que yo, después de ser la predilecta de este general por siete años, y con la seguridad de poseer su corazón, preferiría ser la mujer de otro, ni del Padre, ni del Hijo, ni del Espíritu Santo, o de la Santísima Trinidad?
              Si algo siento es que no haya sido usted mejor para haberlo dejado. Yo sé muy bien que nada puede unirme a Bolívar bajo los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted menos honrada por ser él mi amante y no mi esposo? ¡Ah!, yo no vivo de las preocupaciones sociales, inventadas para atormentarse mutuamente.
              Déjeme usted en paz, mi querido inglés. Hagamos otra cosa. En el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra no. ¿Cree usted malo este convenio? Entonces diría yo que usted es muy descontentadizo.
              En la patria celestial pasaremos una vida angélica y toda espiritual (pues como hombre, usted es pesado); allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación (en amores digo; pues en lo demás, ¿quienes más hábiles para el comercio y la marina?). El amor les acomoda sin placeres; la conversación, sin gracia, y el caminar, despacio; el saludar, con reverencia; el levantarse y sentarse, con cuidado; la chanza, sin risa. Todas estas son formalidades divinas; pero a mí, miserable mortal, que me río de mí misma, de usted y de todas las seriedades inglesas, ¡Qué mal me iría en el cielo! Tan malo como si me fuera a vivir en Inglaterra o Constantinopla, pues me deben estos lugares el concepto de tiranos con las mujeres, aunque no lo fuese usted conmigo, pero sí más celoso que un portugués. Eso no lo quiero. ¿No tengo buen gusto?
              Basta de chanzas. Formalmente y sin reírme, y con toda la seriedad, verdad y pureza de una inglesa, digo que no me juntaré jamás con usted. Usted anglicano y yo atea, es el más fuerte impedimento religioso; el que estoy amando a otro, es el mayor y más fuerte. ¿No ve usted con qué formalidad pienso?
              Su invariable amiga,
              Manuela…”
    Bueno amigos, creo que ya los he cansado con mis peroratas amorosas, tal vez hablemos de nuevo en otra oportunidad, aunque ya me siento vieja y cansada.
    Hasta otro día, de ser posible.

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