Guion para Teatro Estudiantil. Monólogo de José Urbina Pimentel. 2013
Monologo de carácter histórico
que reconstruye a través de los recuerdos, la vida de Manuelita Saenz al lado
de Bolívar.
Se recomienda personificar a una
Manuelita de edad avanzada, vestida con una blusa y una falda larga que
reflejen un atuendo antiguo, y pudiera ser sentada en una silla, relatando el
recuerdo de su vida.
La carta debe leerla, y tenerla
dentro de un libro, que pudiera estar en una mesa, o al lado de ella, en el
piso.
Buen día amigos, soy Manuela
Sáenz….
Si, la misma Manuelita Sáenz.
Para ser más exactos, la amante de Simón
Bolívar.
Quiteña de nacimiento, pero
colombiana de corazón. Aunque viví poco tiempo en esa tierra, allí en Bogotá,
compartí los efímeros años del empeño de mi amado por ver consolidado el sueño
de edificar su patria grande: su Colombia, su Gran Colombia.
Hoy, a 20 años de su muerte en este destierro en
Paita, lo recuerdo como mi más grande amor, como el sentido de mi vida, quien
llenó de afecto, compresión y de luz a
mi existencia.
Simón, fuiste tan grande y tan
especial, tan rigoroso y serio en tus asuntos de Estado, pero tan cariñoso
conmigo, y es que desde ese maravilloso año de 1822, cuando nos conocimos
inesperadamente, en que tú tenias 39 años y yo 24, nos enamoramos tan
profundamente, que surgió uno de esos amores de ensueño irrompibles, históricos,
de fantasía unos, reales otros, tantas veces novelados y que se han cultivado
para siempre. Nuestro amor fue tan
grande como el de Isolda y Tristán, como el de Cleopatra y Julio Cesar, como el
de Romeo y Julieta, los amantes de Verona. Amor puro y sincero.
Y quiero que sepan que no me
importa que se me recuerde como la amante de Simón, porque eso fue algo muy
grande.
Tal vez fui una más en su vida
sentimental, entre las tanta mujeres que compartieron amoríos y cuitas con él,
como fueron: María Teresa su fugaz y adolescente esposa, la joven jamaiquina
Miranda, Reina María, la esclava
venezolana, Josefa, una colombiana de la alta alcurnia, la mexicana
María Ignacia a la cual conoció en Veracruz, Bernardina una bella muchacha de
Ocaña, la francesa Teresa, Anita que era una hermosa cartagenera, Isabel la
hermana del presidente Soublette, Manolita una mestiza peruana, Jeannette
también limeña y Julia quien era de una de las familias jamaiquinas más
pudientes.
Se de todas ellas, gracias
a Florencio Oleary, quien en sus
memorias relataba sobre los viajes y andanzas de mi querido Simón, en los
cuales hubo tanta aventura. Y quiero decirles que no siento celos de ellas,
porque también lo amaron, y al final, quien no enamorarse de tan grande hombre,
no en tamaño, sino en virtud.
Por el dejé todo, a mi esposo,
el respetado Dr. Thorne. Su abundante fortuna, el prestigio social, las
prerrogativas de clase, todo, todo por seguir al llamado del amor, y de eso,
júrenlo no me arrepiento.
Ya para culminar, quiero leerles
una carta que escribí a mi esposo, cuando yo, enamorada de Simón y decidida a
buscar definitivamente su amor, como respuesta a su desespero. El pobre rico
doctor, insistente, me imploraba que regresara de nuevo a nuestro hogar, a su
lado.
(La actriz toma un libro y saca la carta)
Aquí la tengo, mi recordada carta,
en la cual dije tantas cosas, y no me importó que el médico ingles o quien la
leyera me pudiera juzgar por lo que escribí. Esta es la misiva, escuchen con atención:
“¡No, no, no más hombre, ¡por Dios! ¿Por
qué me hace usted escribirle, faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué adelanta
usted sino hacerme pasar por el dolor de decirle mil veces no?
Señor: usted es excelente, es inimitable;
jamás diré otra cosa sino lo que es usted. Pero, mi amigo, dejar a usted por el
general Bolívar es algo; dejar a otro marido sin las cualidades de usted, sería
nada.
¿Y usted cree que yo, después de ser la
predilecta de este general por siete años, y con la seguridad de poseer su
corazón, preferiría ser la mujer de otro, ni del Padre, ni del Hijo, ni del
Espíritu Santo, o de la Santísima Trinidad?
Si algo siento es que no haya sido usted
mejor para haberlo dejado. Yo sé muy bien que nada puede unirme a Bolívar bajo
los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted menos honrada por ser
él mi amante y no mi esposo? ¡Ah!, yo no vivo de las preocupaciones sociales,
inventadas para atormentarse mutuamente.
Déjeme usted en paz, mi querido inglés.
Hagamos otra cosa. En el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra no.
¿Cree usted malo este convenio? Entonces diría yo que usted es muy
descontentadizo.
En la patria celestial pasaremos una vida
angélica y toda espiritual (pues como hombre, usted es pesado); allá todo será
a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación (en amores
digo; pues en lo demás, ¿quienes más hábiles para el comercio y la marina?). El
amor les acomoda sin placeres; la conversación, sin gracia, y el caminar,
despacio; el saludar, con reverencia; el levantarse y sentarse, con cuidado; la
chanza, sin risa. Todas estas son formalidades divinas; pero a mí, miserable
mortal, que me río de mí misma, de usted y de todas las seriedades inglesas,
¡Qué mal me iría en el cielo! Tan malo como si me fuera a vivir en Inglaterra o
Constantinopla, pues me deben estos lugares el concepto de tiranos con las
mujeres, aunque no lo fuese usted conmigo, pero sí más celoso que un portugués.
Eso no lo quiero. ¿No tengo buen gusto?
Basta de chanzas. Formalmente y sin
reírme, y con toda la seriedad, verdad y pureza de una inglesa, digo que no me
juntaré jamás con usted. Usted anglicano y yo atea, es el más fuerte
impedimento religioso; el que estoy amando a otro, es el mayor y más fuerte.
¿No ve usted con qué formalidad pienso?
Su invariable amiga,
Manuela…”
Bueno amigos, creo que ya los he
cansado con mis peroratas amorosas, tal vez hablemos de nuevo en otra
oportunidad, aunque ya me siento vieja y cansada.
Hasta otro día, de ser posible.
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